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jueves, 10 de julio de 2014

La estética en el México antiguo



Planteamiento del problema y estado de la cuestión.
El presente ensayo tiene la intención de hacer un repaso a parte de la inmensa bibliografía existente sobre la estética en el México antiguo. Concretamente nos limitaremos a un acercamiento a las obras de arte concebidas por los diversos pueblos nahuas, que florecieron durante el siglo XV y las primeras décadas del siglo XVI.
En estas reflexiones surgieron inquietudes y preguntas sobre el papel que pudieron haber jugado la imaginación creadora para la configuración de la cultura náhuatl, de antes de la llegada de los españoles a las tierras del Anáhuac.
En esta inquietud navegamos por libros de autores como Miguel León Portilla, Ángel María Garibay, Luis Villoro y algunos textos que escribieron los frailes que llegaron a evangelizar al nuevo mundo, bajo la visión de primero conocer al pueblo en sus costumbres, culturas, lengua, etcétera, para luego catequizar, sin el uso de la espada.
El fraile franciscano Fray Bernardino de Sahagún fue el que nos heredó una serie de trabajos que nos hablan de las cosas de esta región de Anáhuac. Su libro Historia General de las Cosas de la Nueva España ha sido fuente inspiradora para otros ensayos de la vida prehispánica. Miguel León Portilla, Ángel María Garibay y la mayoría de los nahuatlacos, se han basado en estas fuentes para obras como La Visión de los Vencidos, Cantos y Crónicas del México antiguo. El libro y tesis doctoral, La Filosofía Náhuatl, de Portilla es producto del sesudo análisis de esa vasta información que nos dejó Sahagún, que es considerado padre de la antropología.
Nos metimos en esos libros buscando las respuestas a preguntas sobre las maneras de acercarse filosóficamente a las creaciones de los artistas de los antiguos mexicanos, sobre el tipo de sensibilidad que hizo posible la creación de técnicas y expresiones de carácter artístico.
En algunos libros, como el de Filosofía Náhuatl, de León Portilla, encontramos investigaciones que nos revelan la manera en que los nahuas desarrollaron y transmitieron sus saberes. Indagaron en las instituciones educativas que se encargaban de educar a los niños y jóvenes, así como llegaron a conceptualizar a un artista náhuatl como un tolteca.
Encontramos respuestas sobre la relación del arte prehispánico con la visión del mundo de estos pueblos. Las obras arquitectónicas que nos heredaron se construyeron bajo esa concepción del mundo y los conocimientos astronmómicos a los que llegaron mediante la sabia observación.
En este andar, vimos con alegría que esta necesidad de abordar la cultura náhuatl desde la perspectiva estética, no ha sido una ocurrencia banal, pues diversos especialistas ya abrieron la brecha de estas investigaciones.
Me refiero concretamente, a especialistas como Miguel León Portilla, Ángel María Garibay, Justino Fernández, cuyos esfuerzos se han plasmado en textos indispensables para conocer la cultura de los pueblos antiguos mexicanos. Y uno de los textos fundamentales, que ha sido fuente para diversos estudios particulares, es el de la Historia General de las Cosas de la Nueva España, de Fray Bernardino de Sahagún.
De León Portilla, utilizamos dos libros para la elaboración de este trabajo. Filosofía Náhuatl y Cantos y Crónicas del México Antiguo. Y de Justino Fernández retomamos su texto Coatlicue. Estética del arte indígena antiguo.
También acudimos a san google, para pasar el rastrillo en la red de internet con el fin de consultar diversos autores y páginas tutoriales
Para empezar
Vamos a empezar desde abajo en este ensayo. Vamos a ver lo que significa la palabra estética y vamos a partir de este peldaño para impulsarnos en la información existente sobre la cultura nahua, con el fin de ir desentrañando ese concepto y reflexionar si esta idea occidental puede embonar en el arte, la cultura y los conocimientos que nos heredaron los pueblos antiguos de México.
De acuerdo a una revisión bibliográfica e internet, encontramos que el término de estética tiene diferentes acepciones. Viene del griego aisthetikê y quiere decir “sensación”, “percepción”. En el lenguaje coloquial denota en general lo bello, y en la filosofía tiene diversas definiciones: por un lado es la rama que tiene por objeto el estudio de la esencia y la percepción de la belleza; por otro, puede referirse al campo de la teoría del arte y puede significar el estudio de la percepción en general, sea sensorial o entendida de manera más amplia. Estos campos de investigación pueden coincidir, pero no es necesario.
Desde que en 1750  y 1758 Alexander Gottlieb Baumgarten usara la palabra «estética» como “ciencia de lo bello, misma a la que se agrega un estudio de la esencia del arte, de las relaciones de ésta con la belleza y los demás valores”, la estética estudia las razones y las emociones estéticas, así como las diferentes formas del arte. La estética es el dominio de la filosofía que estudia el arte y sus cualidades, tales como la belleza, lo eminente, lo feo o la disonancia,
De acuerdo con Immanuel Kant la estética es la rama filosófica que estudia e investiga el origen del sentimiento puro y su manifestación, que es el arte. Se puede decir que es la ciencia cuyo objeto primordial es la reflexión sobre los problemas del arte.
Si la estética es la reflexión filosófica sobre el arte, uno de sus problemas será el valor que se contiene en el arte; y aunque un variado número de ciencias puedan ocuparse de la obra de arte, solo la Estética analiza filosóficamente los valores que en ella están contenidos.
En el siglo XX se manifiesta una reacción contra el concepto tradicional de belleza. Algunos teóricos llegan a describir el arte como antiestético
La teoría y la práctica artística vivieron una verdadera convulsión a principios de este siglo. Fue el impacto que tuvo el desarrollo industrial y del capitalismo en el arte, que provocaron evoluciones en diferentes tecnologías, como la fotografía, con la que se fue capaz de reproducir con fidelidad absoluta su modelo. Los medios mecánicos de reproducción de obras indujeron el consumo social de la cultura. Y se dio una corriente auto reflexiva que marcó el arte del siglo XX.
En este siglo se generan ideas que revolucionan el arte. Ahora, lo horrendo, lo grotesco y desconcertante, lo atrozmente impactante, también puede ser bello. El Marqués de Sade, Leopold von Sacher dejan esas ideas plasmadas en sus obras. Reflexionan sobre este punto desde la perspectiva de la estética. Aparece esta corriente en el prerromanticismo del siglo XVIII. Se acentúa con el romanticismo del XIX. Edgar Allan Poe demuestra que lo  verdaderamente importante no es lo que siente el autor, porque el objetivo del arte es provocar una reacción emocional en el receptor con la obra artística. De ahí sus poemas con ambientación siniestra, sino también escenas grotescas, desde los crímenes sádicos al terror más desesperado.
El arte contemporáneo buscó la belleza. La hizo serena y pintoresca. Pero también plasmó lo repulsivo, lo melancólico, hasta provocar ansiedad y otras sensaciones intensas.
En este contexto nacieron dos de los autores en que nos apoyamos para este ensayo. Ángel María Garibay y Justino Fernández García.
Justino Fernández y la estética en el arte indígena
Vamos a empezar con el segundo, el escritor, historiador, filósofo y académico mexicano, Justino Fernández, porque su investigación y su obra se especializó en la historia y la crítica de la expresión artística mexicana.
No está de más resumir en unas cuantas palabras la biografía de este mexicano nacido en la Ciudad de México en 1904. Falleció en 1972 en la capital mexicana. Fue hijo de uno de los diputados que elaboraron la Constitución de 1857, don Justino Fernández Mondoño. Sus primeros años fueron al terminar la revolución mexicana. Se fue a Estados Unidos de 1920 a 1923 y cuando regresó a México, el muralismo mexicano se encontraba en la cresta de la ola social. Se hizo admirador de José Clemente Orozco. Conoció y entabló amistad con Edmundo O’Gorman. Estudio filosofía en la UNAM, como profesor impartió cátedra de Historia del Arte. Estudio maestría y presentó su tesis Arte Moderno y contemporáneo de México. Y en 1954 obtuvo su grado de doctor con la tesis Coatlicue: estética del arte indígena antiguo
Para este ensayo se retoman una serie de aspectos interesantes que plantea Justino Fernández. En especial porque reflexiona sobre le evolución histórica del arte mexicano, antiguo, colonial y moderno, así como las posturas que tenían las ideas dominantes de cada época a su favor o en contra.
Por ejemplo, marca una distancia y reprueba la postura intolerante de los conquistadores y cronistas del siglo XVI. Hace un reconocimiento a los primeros intentos que concedieron algún valor al arte prehispánico durante los siglos XVII y XVIII. Y hace una crítica a la incomprensión de las categorías propias del arte prehispánico  durante el siglo XIX. Aprueba a quienes intentaron incorporarlo al arte universal, aun cuando se haya dado a través de la comparación con otras culturas.
En su obra, Justino Fernández da su reconocimiento a los teóricos e historiadores del siglo XX  que han generado marcos de conocimiento para la interpretación del arte prehispánico a partir de su propio contexto, destacándolo al mismo tiempo, como una de las mayores y más originales aportaciones plásticas de todos los tiempos.
Para Fernández, la fuerza expresiva y el dominio técnico del arte mexicano quedó patentizado con el horror que sintieron los frailes hacía los ídolos aztecas. El rechazo que se produjo en el siglo XVI hacía la cultura natural fue más ideológico que estético, pues resulta patente el conocimiento de los conquistadores hacia la fuerza expresiva del arte indígena.
Durante el período barroco se da una aceptación del arte mexicano, que se debe a la apertura de este estilo, el cual afirma la libertad de expresión y la creatividad frente a los cánones clásicos. Se incorporan elementos indígenas y mestizos a su expresión. En este período se genera la conciencia de que el arte prehispánico es una herencia de primer orden.
Con la instauración del neoclasicismo en México se produjo la actitud ambivalente de aceptación y rechazo. La división de opiniones se ubicaba en el contexto de la confrontación del neoclasicismo con las reminiscencias del barroco.
La irrupción del Romanticismo dirigió el interés artístico hacia la edad media, la antigüedad no clásica. El rechazo como la aceptación del siglo XIX se realiza desde fuera y son ajenos a los valores propios del arte prehispánico
El autor señala que el  interés legítimo del siglo XX por el arte prehispánico, coincide con la comprensión de las formas y los sistemas de composición antiguos, estudiados ampliamente por el arte contemporáneo; en tal sentido fue determinante la investigación formal que realizaron los cubistas respecto al arte africano, considerado hasta entonces como primitivo, hasta que se rescatan sus valores de composición geométrica y estilización, ajenos al arte occidental.
La interpretación historicista de J. Fernández basada en las fuentes documentales constituye un gran avance en la interpretación de la obra artística. Se observa, en primer lugar, su rechazo hacia la cerrazón y hacia la intolerancia, que impiden al crítico y al historiador ver más allá de los horizontes que le marca la cultura en que se encuentra inmerso.
Acorde con este rechazo, se observa una crítica constante a la tendencia de valorar el arte prehispánico a través de criterios establecidos por culturas ajenas, en especial, destaca la crítica del autor hacia la preeminencia del arte occidental como paradigma de conceptualización y jerarquía artística.
Fernández hace hincapié en la necesidad de generar sistemas propios de interpretación que emanen directamente de la cultura prehispánica, sin traicionar su esencia, y que nos permitan al mismo tiempo articularlo con el resto del mundo. Su crítica a la interpretación formal del arte se debe a que, en muchos casos el "formalismo" es tan sólo una descripción superficial teñida de prejuicios ideológicos, que ignora las condiciones fundamentales de la cultura original y la manera como éstas se expresan a través de la obra de arte.
El trabajo más notable de Fernández es su tesis de doctorado: Coatlicue: estética del arte indígena antiguo (1954). En dicha obra se plantea explícitamente, la necesidad de llevar a cabo un estudio de esta índole: “En pocas ocasiones se han estudiado en particular las obras del arte indígena desde un punto de vista estético, y no de manera suficiente, si bien a menudo la intuición ha sido certera”.
Si bien, en la actualidad existen diversos enfoques para abordar las creaciones del arte náhuatl prehispánico, para lograr un acercamiento lo más riguroso posible, no sólo bastan el ingenio y la intuición. Sobre este asunto en particular  Justino Fernández considera que: “Por mi parte quisiera ver una historia del arte indígena antiguo con su estética, pero no limitada a los atisbos de la intuición, sino emanada de la intuición y reafirmada por el más amplio conocimiento”.
De la postura estética de Justino Fernández, rescatamos su énfasis en la correspondencia del arte con la cultura que lo genera. Como muchos, el investigador lamentó la escasez de fuentes, pues como fuentes documentales sólo contamos con los códices prehispánicos y los textos originales en náhuatl.
Miguel León Portilla
Nació en 1926 en la ciudad de México. Es antropólogo e historiador, principal experto en materia del pensamiento y literatura náhuatl.
De acuerdo a una revisión de su curriculum, su tesis doctoral La filosofía náhuatl estudiada desde sus fuentes fue hecha en 1956 bajo la orientación de otro notable nahuatlato, el padre Ángel María Garibay.
León-Portilla ha encabezado un movimiento para entender y revaluar la literatura náhuatl, no sólo de la era de antes de la llegada de los españoles, sino también la actual, ya que el náhuatl sigue siendo la lengua materna de 1,5 millones de personas. Ha contribuido a establecer la educación bilingüe rural en México.
León-Portilla también ha contribuido a descubrir las obras de Fray Bernardino de Sahagún, fuente primaria sobre la civilización azteca a quien declaró primer antropólogo de los nahuas. Sahagún registró el conocimiento de los sabios nahuas (tlamatinime) en lengua vernácula. A solicitud de las autoridades españolas,  escribió en castellano una versión de dicho conocimiento en su Historia General de las Cosas de la Nueva España. Su obra original, el Códice Florentino, nunca se publicó. Antes de León-Portilla, el códice había sido traducido sólo una vez, al alemán y aún esa versión era incompleta.
En su obra, Filosofía Náhuatl, León Portilla nos habla en el prefacio de la segunda edición sobre los agregados que le hizo y que nos llamó la atención para utilizarlo en este ensayo. Concretamente señala que “La concepción náhuatl del arte y el pensamiento místico-guerrero de Tlacaélel, consejero supremo de varios reyes o tIatoque mexicas, constituyen el tema de dos nuevas secciones en esta segunda edición de La Filosofía Náhuatl”.
En esta obra, León Portilla plantea que la rica documentación en náhuatl ha robustecido su posición inicial: “lo que se conserva del pensamiento de los sabios o tlamatinime nahuas, a quienes Sahagún llamó “philosophos”, justifica en realidad la aplicación de este epíteto.
Esta obra doctoral de León Portilla se basa en un estudio que hizo de las fuentes que aportó Fray Bernardino de Sahagún, quien dedicó su obra y vida a la recopilación de información sobre la cultura náhuatl, a petición de la corona española. Las fuentes a las que acude el autor mexicano son las informaciones que retoma Sahagún de las personas que llama Tlamatinimes, en especial cuando hablan de la cultura, las costumbres de la antigua sociedad.
León Portilla dice:
“Surgen nuevas perspectivas acerca de la existencia de una. bien delimitada categoría intelectual, en esas "comunidades primitivas", proporcional en número e influencia a los "intelectuales" de cualquier grupo civilizado, en cuanto que ellos también ("los primitivos") elaboraron ideas acerca de la mayor parte de los temas que han formado siempre la trama de toda discusión filosófica.
No crearon necesariamente un sistema a la manera de Aristóteles, Santo Tomás o Hegel, para dar expresión a su pensamiento. Es cierto que todavía en la época actual hay filósofos que continúan pensando que la elaboración sistemática, lógico-racionalista, es la única forma posible del filosofar auténtico.
Vale la pena retomar el inicio de la cultura y la filosofía nahua. León Portilla nos sirve de mucho para desarrollar el tema. La cultura nahua se desarrolla entre gente de variada actividad. Aztecas, tezcocanos, cholultecas, tlaxcaltecas eran los que existían en el siglo XVI, establecidos en diversas fechas en el gran Valle de México y sus alrededores. El cordón umbilical era su lengua náhuatl o mexicana, que habían heredado de las ideas, las tradiciones y del extraordinario espíritu creador de los antiguos toltecas.
Es decir, en el conjunto de pueblos del Anáhuac, los aztecas o mexicas fueron afamados por su grandeza militar y económica, pero no eran los únicos representantes de la cultura náhuatl durante los siglos XV y XVI. Si bien es cierto, los aztecas habían sometido a su obediencia a pueblos lejanos, llegando hasta Chiapas y Guatemala. Pero a su lado coexistían nahuas independientes de ellos en distinto grado.
León Portilla dice: “Unos eran aliados: los de Tlacopan y Tezcoco, donde reinó el célebre Nezahualcóyotl. Otros, aunque también nahuas, eran enemigos de los aztecas: por ejemplo, los señoríos tlaxcaltecas y huexotzincas”.
Agrega: “Todos ellos, a pesar de sus diferencias, eran partícipes de una misma cultura. Estaban en deuda con los creadores de Teotihuacán y de Tula”.
Todos ellos hablaban una lengua, la náhuatl, que al decir de León Portilla es la verdadera lingua franca de Mesoamérica. En este sentido, en su obra se habla del pensamiento, el arte, la educación, la historia y, en una palabra, la cultura náhuatl como existía en las principales ciudades del mundo náhuatl prehispánico de los siglos XV y XVI.
Existen numerosas manifestaciones de arte y cultura en los grandes centros del renacimiento náhuatl, principalmente en Tezcoco y Tenochtitlán. Los mismos cronistas que llegaron con los conquistadores, como Bernal Díaz del Castillo, La verdadera Conquista de México y Hernán Cortés, se quedaron asombrados al contemplar la maravillosa arquitectura de la ciudad lacustre con su gran plaza y sus edificios de cantera, así como al caer en la cuenta de la rígida organización militar, social y religiosa de los aztecas.
Cuando León Portilla entra al tema de la concepción náhuatl del arte hace una de las aportaciones sustanciales para la historia de los aztecas. Habla de los ideales míticos-guerreros de Tlacaélel y el papel que jugó en el terreno de la historia, la religión, con sus ritos y sacrificios, en especial su grandeza militar, comercial y política de los mexicas.
Las obras de este guerrero resonaron en la esfera del arte. Ya Itzcóatl, poco antes de morir, expresó el deseo de que se edificaran templos y se labraran en piedra las efigies de su dios Huitzilopochtli, de Coatlicue y de los otros dioses y reyes, sus antepasados. Sus deseos y los de Motecuhzoma llhuicamina y los demás gobernantes mexicas se volvieron realidad.
El arte netamente azteca, inspirado en el pensamiento entusiasta y dominador del pueblo del Sol, hizo su aparición y llegó a ser extraordinario, particularmente en su escultura, no ya sólo en obras maestras de proporciones colosales, como la impresionante Coatlicue, la cabeza de Coyolxauhqui, la piedra del Sol, que se encuentran en el Museo de Antropología, sino también en multitud de obras menores como la cabeza del hombre muerto, del Museo Nacional, el Xólotl del Museo de Stuttgart, el cráneo en cristal de roca del Museo Británico, y otras más.
Esas obras tienen su grandeza, expresan su complejidad. Se encuentran inspiradas en la concepción místico guerrera de Tlacaélel. Representan una verdadera mezcla de símbolos que resultan, para el hombre común, un arte de difícil comprensión. Los textos que analiza León Portilla, conservan el testimonio de los Tlamatinime que llegaron a forjarse una verdadera concepción náhuatl de su arte.
Sin embargo, es menester advertir que la concepción del arte, aplicable simbólicamente al universo y a la vida entera, no es consecuencia del pensamiento de Tlacaélel. El origen de la cultura nahua tuvo raíz en los tiempos toltecas, cuando el pensamiento estaba basado en las flores y los cantos, que se cultivó en ciudades como Tezcoco, Chalco y Huexotzinco en pleno siglo XV y principios del XVI.
Para el objeto de nuestro ensayo rescatamos los textos que consulta León Portilla para abordar la concepción náhuatl del arte. Se de los códices que elaboraron los informantes de Sahagún. Abordan tres aspectos principales: a) el origen histórico del arte náhuatl, según la opinión de los informantes de Sahagún; b) la predestinación y características personales del artista náhuatl y e) las diversas clases de artistas.
En el siguiente texto, los informantes de Sahagún hablan de los varios sitios en que moraron antes los toltecas, narran lo que saben acerca de Tula.

"De verdad allí estuvieron juntos,
estuvieron viviendo.
Muchas huellas de lo que hicieron
y que allí dejaron todavía están allí, se ven,
las no terminadas, las llamadas columnas de serpientes.
Eran columnas redondas de serpientes,
su cabeza se apoya en la tierra,
su cola, sus cascabeles están arriba.
y también se ve el monte de los toltecas
y allí están las pirámides toltecas,
las construcciones de tierra y piedra, los muros estucados.
Allí están, se ven también restos de la cerámica de los toltecas, se sacan de la tierra tazas y ollas de los toltecas
y muchas veces se sacan de la tierra collares de los toltecas, pulseras
maravillosas, piedras verdes, turquesas, esmeraldas..."

En el siguiente, explican el origen de las creaciones de los toltecas. Los tlamatinime ofrecen la visión ideal de la antigua cultura, de la que los nahuas posteriores afirmaban ser sus herederos:

"Los toltecas eran gente experimentada,
todas sus obras eran buenas, todas rectas,
todas bien hechas, todas admirables.
Sus casas eran hermosas,
sus casas con incrustaciones de mosaicos de turquesa, pulidas, cubiertas de
estuco, maravillosas.
Lo que se dice una casa tolteca,
muy bien hecha, obra en todos sus aspectos hermosa... Pintores, escultores y
labradores de piedras,
artistas de la pluma, alfareros, hilanderos, tejedores, profundamente
experimentados en todo,
descubrieron, le hicieron capaces
de trabajar las piedras verdes, las turquesas.
Conocían las turquesas, sus minas,
encontraron las minas y el monte de la plata,
del oro, del cobre, del estaño, del metal de la luna...
Estos toltecas eran ciertamente sabios,
solían dialogar con su propio corazón...
Hacían resonar el tambor, las sonajas,
eran cantores, componían cantos,
los daban a conocer,
los retenían en su memoria,
divinizaban con su corazón
los cantos maravillosos que componían...".

La gran estimación que tenían los nahuas del siglo XV y XVI sobre las dotes artísticas de los toltecas, tiene su muestra de más radical comprobación en el hecho de que la palabra toltecátl vino a significar en la lengua náhuatl lo mismo que “artista”. En todos los textos en los que se describen la figura y los rasgos característicos de los cantores, pintores, orfebres, etc., se dice siempre que son “toltecas”, que obran como toltecas, que sus creaciones son fruto de la Toltecáyotl.
Toltécatl: el artista, discípulo, abundante, múltiple, inquieto. El verdadero artista: capaz, se adiestra, es hábil; dialoga con su corazón, encuentra las cosas con su mente.
El verdadero artista todo lo saca de su corazón; obra con deleite, hace las cosas con calma, con tiento, obra como tolteca, compone cosas, obra hábilmente, crea; arregla las cosas, las hace atildadas, hace que se ajusten."
Predestinación y características personales del artista náhuatl
En cualquier cultura se requieren algunas cualidades para llegar a ser artista. Lo que natura no da, Salamanca no la presta. En el caso nahua, esto mismo se aplica, pero en función  de su mitología y su pensamiento astrológico. Los informantes de Sahagún lo dicen:
"El que nacía en esas fechas (Ce Xóchitl: Uno Flor...),
fuese noble o puro plebeyo,
llegaba a ser amante del canto, divertidor, comediante, artista. Tomaba esto en
cuenta, merecía su bienestar y su dicha, vivía alegremente, estaba contento
en tanto que tomaba en cuenta su destino,
o sea, en tanto que se amonestaba a sí mismo, y se hacía digno de ello. Pero el
que no se percataba de esto, si lo tenía en nada,
despreciaba su destino, como dicen,
aun cuando fuera cantor
o artista, forjador de cosas,
por esto acaba con su felicidad, la pierde.
(No la merece). Se coloca por encima de los rostros ajenos, desperdicia
totalmente su destino.
A saber, con esto se engríe, se vuelve petulante.
Anda despreciando los rostros ajenos,
se vuelve necio y disoluto su rostro y su corazón,
su canto y su pensamiento,
¡poeta que imagina y crea cantos, artista del canto necio y disoluto!"

Existe otro texto de los informantes de Sahagún que representa una especie de fundamento moral del artista. En este caso se trata de la solemnidad que caía en el día Siete Flor:

"Y el signo Siete Flor
se decía que era bueno y malo.
En cuanto bueno: mucho lo festejaban,
lo tomaban muy en cuenta los pintores,
le hacían la representación de su imagen,
le hacían ofrendas.
En cuanto a las bordadoras,
se alegraban también con este signo.
Primero ayunaban en su honor,
unas por ochenta días, o por cuarenta,
o por veinte ayunaban.
y he aquí por qué hacían estas súplicas y ritos: para poder hacer algo bien,
para ser .diestros,
para ser artistas, como los toltecas,
para disponer bien sus obras,
para poder pintar bien,
sea en su bordado o en su pintura.
Por esto todos hacían incensaciones.
Hacían ofrendas de codornices.
y todos se bañaban, se rociaban
cuando negaba la fiesta,
cuando se celebraba el signo Siete Flor.
y en cuanto malo (este signo),
decían que cuando alguna bordadora
quebrantaba ayuno,
dizque, merecía
volverse mujer pública,
ésta era su fama y su manera de vida,
obrar como mujer pública....
Pero la que hacía verdaderos merecimientos, la que Be amonestaba a sí misma,
le resultaba bien:
era estimada,
se hacía estimable,
donde quiera que estuviese,
estaría bien al Iado de todos,
sobre la tierra.
Como se decía también,
quien nacía en ese día,
por esto será experto
en las variadas artes de los toltecas,
como tolteca obrará.
Dará vida a las cosas,
será muy entendido en su corazón,
todo esto, si se amonesta bien a sí mismo."

Diversas Clases de artistas.
Existe en la documentación náhuatl recogida por Fray Bernardino, toda una sección referente a las diversas categorías de artistas. Una vez más repetimos que no es posible presentar aquí toda esa sección. Únicamente daremos los textos que se refieren a algunas clases de artistas: el artista de las plumas, el pintor, el alfarero, el orfebre y el platero.
Comenzando por el amantécatl, artista de las plumas, veremos que el texto que describe su figura, señala ya dos cualidades fundamentales del artista náhuatl: poseer una personalidad bien definida, o como decían los sabios "ser dueño de un rostro y un corazón", y además de esto la que debe ser suprema finalidad de su arte: "humanizar el querer de la gente". Y después de presentar el lado positivo del amantécatl, que como se sabe, trabajaba penachos, abanicos, mantos y cortinajes maravillosos hechos de plumas finas, se traza luego en el mismo texto el lado negativo, aplicable a los torpes artistas de las plumas:

"Amantécatl: el artista de las plumas.
Integro: dueño de un rostro, dueño de un corazón.
El buen artista de las plumas:
hábil, dueño de sí,
de él es humanizar el querer de la gente.
Hace trabajos de plumas,
las escoge, las ordena,
las pinta de diversos colores,
las junta unas con otras.
El torpe artista de las plumas:
no se fija en el rostro de las cosas, devorador, tiene en poco a los otros. Como un
guajolote de corazón amortajado, en su interior adormecido,
burdo, mortecino,
nada hace bien.
No trabaja bien las cosas,
echa a perder en vano cuanto toca."

La figura del tlahcuilo, pintor, era de máxima importancia dentro de la cultura náhuatl. El era quien pintaba los códices y los murales. Conocía las diversas formas de escritura náhuatl, así como todos los símbolos de la mitología y la tradición.

"El buen pintor:
tolteca (artista) de la tinta negra y roja,
creador de cosas con el agua negra...
El buen pintor: entendido,
Dios en su corazón,
que diviniza con su corazón a las cosas,
dialoga con su propio corazón.
Conoce los colores, los aplica, sombrea. Dibuja los pies, las caras,
traza las sombras, logra un perfecto acabado.
Como si fuera un tolteca,
pinta los colores de todas las flores."

La descripción del pintor y del, artista de las plumas nos ha ofrecido ya varios rasgos del artista en el mundo náhuatl. La figura del alfarero, zuquichiuhqui, "el que da forma al barro", "el que lo enseña a mentir", para que aprenda a tomar figuras innumerables, aparece en seguida.

"El que da un ser al barro: de mirada aguda, moldea, amasa el barro.
El buen alfarero:
pone esmero en las cosas,
enseña al barro a mentir,
dialoga con su propio corazón,
hace vivir a las cosas,
las crea, todo lo conoce como si fuera un hace hábiles sus manos.
El mal alfarero:
torpe, cojo en su arte,
mortecino.

Flores y cantos, lo único verdadero
Cierto es que los informantes de Sahagún, hablan de una sociedad que tenía sus celebraciones a lo largo de los años, en la que predominaban los sacrificios humanos.
Pero más allá de eso, León Portilla rescata la visión de los tlamatinime en oposición con la "Visión huitzilopóchtlica del universo". Al contrario de esa visión guerrerista, los filósofos nahuas ensayan un nuevo método para encontrar la forma de decir "palabras verdaderas", sobre lo que "está por encima de nosotros", sobre el más allá.
El autor cita un poema que se dice fue recitado en la casa de Tecayehuatzin, señor de Huexotzinco, con ocasión de una junta de sabios y poetas:
"Así habla Ayocuan Cuetzpaltzin
que ciertamente conoce al dador de la vida...
Allí oigo su palabra, ciertamente de él,
al dador de la vida responde el pájaro cascabel.
Anda cantando, ofrece flores, ofrece flores.
Como esmeraldas y plumas de quetzal,
están lloviendo sus palabras.
¿Allá se satisface tal vez el dador de la vida?
¿Es esto lo único verdadero sobre la tierra?”

León Portilla dice que en la última pregunta está indicado el sentido de todo el poema: "¿Es esto lo único verdadero sobre la tierra?" Una lectura atenta de las líneas anteriores mostrará claramente que lo que se piensa puede ser “lo único verdadero sobre la tierra”, es precisamente lo que tal vez "satisface al dador de la vida": los cantos y las flores.
A primera vista quizás causará esto alguna extrañeza. Sin embargo, un análisis del modismo o complejo idiomático náhuatl "flores y cantos" posiblemente logrará aclarar el genuino significado del texto citado. El Dr. Garibay, estudiando en su Llave del Náhuall algunos de los principales caracteres estilísticos de dicho idioma, se detiene en el análisis de lo que acertadamente llama difrasismo, característico de esta lengua:

Concluiremos con un último texto en el que se presentan las figuras de orfebres y plateros. La nota fundamental de este texto es su realismo. El texto que a continuación se transcribe, debido también a los informantes de Sahagún, es elocuente por sí mismo:

"Aquí se dice
cómo hacían algo
los fundidores de metales preciosos.
Con carbón, con cera diseñaban,
creaban, dibujaban algo,
para fundir el metal precioso,
bien sea amarillo, bien sea blanco.
Así daban principio a su obra de arte. . .
Si comenzaban a hacer la figura de un ser vivo, si comenzaban la figura de un animal, grababan, sólo seguían su semejanza,
imitaban lo vivo,
para que saliera en el metal,
lo que se quisiera hacer.
Tal vez un .huasteco,
tal vez un vecino,
tiene su nariguera,
su nariz perforada, su flecha en la cara,
su cuerpo tatuado con navajillas de obsidiana.
Así se preparaba al carbón,
al irse raspando, al irlo labrando.
Se toma cualquier cosa,
que Se quiera ejecutar,
tal como es su realidad y su apariencia,
así se dispondrá.
Por ejemplo una tortuga,
así se dispone del carbón,
su caparazón como que se irá moviendo,
su cabeza que sale de dentro de él,
que parece moverse,
su pescuezo y sus manos,
que las está como extendiendo.
Si tal vez un pájaro,
el que va a salir del metal precioso,
asi se tallará,
así se raspará el carbón,
de suerte que adquiera sus plumas, sus alas,
su cola, sus patas.
O tal vez cualquier cosa que se trate de hacer, así se raspa luego el carbón,
de manera que adquiera sus escamas y sus aletas
así se termina,
así está parada su cola bifurcada.
Tal vez es una langosta, o una lagartija,
se le forman sus manos,
de este modo se labra el carbón.
O tal vez cualquier cosa que se trate de hacer, un animalillo o un collar de oro,
que se ha de hacer con cuentas como semillas, que se mueven al borde,
obra maravillosa pintada,
con flores."
Leyendo con detenimiento los textos citados podemos explorar el sentido y las categorías del arte de los antiguos mexicanos. No podemos aplicar esquemáticamente los cánones occidentales, sino el de buscar e ir descubriendo los moldes propios y sus propias implicaciones. Siendo así, podremos acercarnos a una idea del artista náhuatl, heredero de la tradición tolteca. El que está predestinado a ser a ser un tonalámatl porque es un ser que dialoga con su propio corazón. El que se convierte en un toltéotl o corazón endiosado, que equivale a ser visionario, amante de los códices, el lienzo, la piedra, los metales preciosos y el barro. El que llega a ser tlaroltehuani, aquel que introduce el simbolismo de la divinidad en las cosas.

A manera de colofón
Confieso que este ensayo queda corto a las enormes aportaciones que se han hecho sobre la estética en la cultura náhuatl. Existen innumerables trabajos que fueron imposibles de consultar y otros que logramos consultar.
Sin embargo, es necesario acotar lo siguiente: las grandes aportaciones que se han hecho en este sentido, han sido elaboradas desde la perspectiva externa a los pueblos originarios. Mucha razón tuvo don Justino Fernández para criticar la actitud de los frailes y conquistadores al incinerar las obras, los códices donde se contaba la historia de esta sociedad, las únicas fuentes informativas que fueron hechas por los pueblos originarios.

De este punto depende la gran trascendencia la obra de Fray Bernardino de Sahagún, por darse a la tarea de recoger la información de los ancianos tlamatimines que vivieron en los años en que el fraile llegó a las tierras mexicanas, y dejarlas escritas en sus obras que han sido caracterizadas como la principal aportación de la cultura mexicana a la cultura universal.